El sonido
repetitivo e interminable de la marcadora de chasises de motocicletas, que
venía de la planta productiva, interrumpía la concentración que yo necesitaba
para terminar el informe. Voces de trabajadores caminando de un lado para el
otro, por el pasillo que daba al frente de la oficina, distraían el rumbo de
mis dedos que necesitaban teclear con firmeza el computador portátil. Mis
párpados, aún pesados por el insomnio de la noche anterior, pedían a gritos
unas bolsas de té para sentirse livianos.
Sentada en la
silla de mi oficina y con la cabeza agachada, concentrada en mis manos que
deshacían el moño que amarraba mis tacones rojos, fui interrumpida por un olor
masculino combinado con trazas de pino, acompañado de una voz grave. Un joven,
vestido de pantalón y blazer negro, camisa blanca y corbata azul me preguntó
dónde podría encontrar a la encargada de los procesos de selección de la
empresa. Le dije que ella no estaba ese día en la oficina y que yo lo atendería.
Lo hice seguir a
la sala contigua a mi oficina y se sentó en una de las sillas que había allí.
Mientras tanto, fui por un lápiz y dos hojas de papel bond para que el joven presentara la prueba de selección. Sentí que
se me hizo un hueco en el estómago y mis manos empezaron a sudar cuando entré
en la sala y el joven me miró, de arriba abajo, el vestido negro que llevaba.
Se detuvo en mis zapatos y me advirtió que los llevaba desamarrados, que
tuviera cuidado de no caerme. Le entregué las hojas, le expliqué que debía
marcar una de ellas con el número uno y la otra con el número dos; que
posteriormente, en la que escribiera uno, hiciera una figura humana completa y
a su respaldo escribiera una corta historia del personaje; que cuando terminara
dibujara en la hoja marcada con el número dos, una figura humana completa del
sexo opuesto a la primera que había hecho y, que por el lado contrario de la
hoja, también escribiera la historia del personaje. Le dije al joven que tenía
una hora para realizar la prueba y que volvería a buscarlo al término de ese
tiempo.
Dejé al joven a
solas y me fui para mi oficina a intentar terminar el informe que había
empezado hace un par de horas y que tendría que terminar antes de ese mediodía.
En frente al computador no pude concentrarme en mi labor. La imagen del joven
que estaba presentando la prueba venía una y otra vez a mi mente y mi piel se
ponía como la de una gallina cuando recordaba su olor con toques de pino.
Transcurrió la
hora en la que debía recoger la prueba del joven y me fui hacia la sala en la
que él se encontraba. Aún estaba imbuido en el segundo dibujo, una figura
masculina completa, cuando entré al recinto sin que él se percatara. Me quedé
observando la perfección con la que definía las líneas que iban formando el
autorretrato del joven. No pude dejar escapar de mi boca una pequeña
exclamación, al tiempo que me llevaba las manos a la boca, cuando vi mi retrato
en la hoja marcada con el número uno.
El joven se detuvo
cuando me vio en la sala y se quedó mirándome a los ojos. Yo, con la voz
entrecortada y el ritmo cardiaco acelerado, le pregunté que si era artista. Era
la primera vez que un ingeniero presentaba ese tipo de pruebas con la destreza
de un pintor con experiencia. Mientras el joven se aproximaba a mí, con su
prueba en la mano, me explicó que solo pintaba por placer.
Recibí la prueba y
cuando me la entregó, el roce de su mano con la mía me hizo sentir un leve
cosquilleo en mis manos y el pulso acelerado. Me quedé mirándolo a la boca
mientras me mordía lo labios. Él cogió la mano en la que yo tenía la prueba y
me llevó hasta la mesa en la que me hizo descargar las hojas. Acercó su boca a
mi cuello y empezó a lamerme con la punta de su lengua, haciendo tenues
recorridos de saliva que iban desde los costados de mi nuca hasta mis orejas.
Mi piel iba aumentando la temperatura al tiempo que sentía húmedas mis bragas.
Intenté detener el recorrido que los dedos del joven hacían por mi pecho pero,
al sentir la dureza de su sexo en mi entrepierna me abandoné a mí misma y, con
movimientos rítmicos, me dejé cabalgar.
El paso apresurado
de la gerente interrumpió la respiración jadeante del joven y mía. Miré el
reloj, era el mediodía y yo tenía que entregar el informe aún sin concluir.