lunes, 8 de junio de 2015

En el Mediterráneo

Esa tarde comenzamos lento, con un beso, mis bragas negras desconceptuaron el recorrido que tus manos llevaban por mi rostro. Llegaste  a mi humedad y te detuve. Saqué el libro Rayuela, de Cortázar, y comencé a susurrarte al oído. Tus manos, con desespero, leían mi cuerpo con la misma cadencia que yo iba degustando este fragmento, del capítulo siete:

“Toco tu boca, con un dedo voy tocando el borde te boca... "

Interrumpiste la lectura que te hacía; tomaste mis manos y me llevaste al lugar más claro de la habitación, de allí se divisaba el Mediterráneo. Te paraste frente a mí -al fondo el mar - y con tu pasión resuelta, me creaste con la lente de tu cámara.

Luego dejaste tu cámara y fuiste por la bandeja de frutos secos y salados, que estaba en la cama, en la que me tendiste. Hiciste un camino salino desde mi Venus hacia mis pechos y te comiste uno a uno esos frutitos, deleitosa mezcla que se fundía en mis caderas y mi sexo. Ahí, jugueteaste con tu lengua hasta que te di un mordisco en una de tus orejas. Tu  daga, inquieta, buscaba mis profundidades y, contigo abajo, nuestros placeres danzaron.

La petit morte comenzó a entrometerse entre nosotros y, con respiraciones agitadas, me llevaste a la esquina de la habitación donde terminamos ese amor…


Aún hoy, cuando recuerdo esa tarde en Mediterráneo, se humedecen mis ganas por ti.

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