martes, 27 de octubre de 2015

Rosy


Todas las personas ocultan al menos un secreto. Rocío López, acostada en su cama, con la boca hacia arriba y mirando al techo de madera de su habitación, piensa que si su madre supiera lo que imagina o ha hecho, seguro la desheredaría.
A pesar de que los cuadros que adornan las paredes blancas los escogió Ana, la mamá de Rosy, como le dicen a Rocío en su reducido círculo de personas cercanas, Rocío se siente a gusto y muy confortable en la habitación de su casa. Allí pasa horas dedicada a filosofar sobre su vida, escuchando rock en inglés y leyendo novelas, poesías y cuentos de Augusto Monteroso, José Saramago, Wislawa Zsymborska y otros autores que la esperan con paciencia en los anaqueles de su biblioteca.
Mientras Rocío está recostada en su cama, Ana se encuentra en su finca, preocupada, porque sus <<niños adorados>> Rosy y Fernando (como ella les llama a dos de sus hijos adultos) están solos en la casa  <<comiendo mal y pasando necesidades sin quién les cocine y les arregle la ropa>>. Ana se mortifica con estos pensamientos cuando está en la cocina, preparando los fríjoles con chicharrón de cerdo, que tanto le gustan a Elías, su esposo, que ni le dará las gracias cuando termine de almorzar.
Dentro de los planes de Rocío, aprovechando que sus padres están en la finca y que Fernando puede ser su cómplice, se le ocurre celebrar esa noche, la firma de la compraventa de su apartamento, sueño realizado después de diez años de estar ahorrado para la cuota inicial. Para el evento decide preparar pastas a la carbonara, acompañarlas con ensalada verde y una copa de vino tinto para cada uno de los comensales, un grupo muy selecto y querido por Rosy: Carlos, su novio; Karina, la mejor amiga de Rocío a quien conoce hace quince años; Jairo, el único tío y familiar que Rosy admira por inteligente y porque tiene su vida financiera arreglada; y por supuesto Fernando, el hermano incondicional de Rocío.
Una hora antes de que lleguen los invitados, el olor del tocino de las pastas y el pan con mantequilla de ajo, que se encuentra en calor bajo en el horno, hacen agua la boca de Rocío quien no se resiste a probar un bocado de la preparación y morder uno de los panecillos mientras alinea, en perfecta simetría, los cubiertos y copas sobre el mantel blanco con el que viste la mesa de cedro del comedor, estilo Luis XVI, que Ana adora y Rocío odia.
Al Sur de la ciudad Carlos acaba de tomar un baño con agua tibia, se aplica la colonia Carolina Herrera, que tanto disfruta Rosy, y se viste con pantaloncillos blancos, los que vuelven loca a su novia, en la cama. Esa noche Carlos y Rosy pasarán la noche juntos, aprovechando que los padres de Rocío no están en casa de ella.
Karina y Jairo son los primeros invitados en llegar. Rocío mira el reloj de péndulo, cada cinco minutos, y se da cuenta  de que Carlos lleva una hora de retraso. Ella hubiera preferido que él llegara antes que todos, así le hubiera dado tiempo de iniciar un juego erótico con él, para terminarlo después de la cena.
Sentados uno al frente del otro, en la sala de la casa de Rocío, Karina y Jairo conversan. Jairo sirve la primera copa de vino tinto a Karina y cuando se la entrega, le dice que el color rojo de su vestido le sienta muy bien porque resalta el blanco de su piel. Es increíble el parecido que Karina y Rosy tienen, piensa Jairo, mientras se moja los labios con vino y recorre con sus ojos el rostro perfectamente maquillado de Karina. <<Afortunadamente Karina no es mi sobrina y está separada>>, se dice Jairo así mismo, antes de preguntarle a Karina cómo marchan las cosas luego del divorcio.
Carlos y Fernando llegan al tiempo a la celebración. Inmediatamente Carlos se ocupa de romper la monotonía de la decoración de la casa, que tanto detesta Rosy, poniendo en el reproductor de música una mezcla de Rolling Stones, The Beatles, The Killers, Coldplay y Linkin Park, que Carlos y Rocío escuchan cuando pasan las tardes juntos y no quieren hacer nada especial.
Fernando hace el brindis y resalta el logro de su hermana tras haber firmado la compraventa. La felicita y le dice que tiene muy bien merecido, luego de fines de semana completos (por más de diez años) trabajando al fin tener su propia vivienda, a la que se irá a vivir en cinco meses. Lo único que preocupa a Fernando es cómo tomará la noticia su madre, que siempre ha tenido a Rosy en una burbuja de cristal.
Luego de la cena Rosy pide a Jairo y a Karina que se queden a dormir. Le da miedo que Karina tome un taxi a las dos de la madrugada y no deja que Jairo conduzca, tiene una botella de vino en su cabeza. Rocío y Carlos se encierran en la habitación de Rosy y hacen el amor hasta que los interrumpe un mensaje de WhatsApp que Karina envía al celular de Rocío: “sube de inmediato, Jairo me ha violado”.
A zancadas, Rocío llega al segundo piso de su casa y despierta a Fernando. Ambos van a la habitación en la que se encuentra Jairo. Rocío toma el cortapapeles que está en el escritorio y, con un golpe seco y certero, se lo entierra a Jairo en la yugular. Fernando siente que un grito se atasca en su garganta y baja corriendo donde Carlos, que se ha quedado desnudo e inmóvil en la cama.
Karina está en el baño, se ha hecho peladuras en sus pezones y vagina porque todavía siente el semen de Jairo. Ella no llora, únicamente vomita al recordar cómo Jairo la obligó a chuparle su sexo antes de penetrarla.

Fernando y Carlos toman el cuerpo de Jairo y lo suben a la camioneta de Carlos. Entre tanto, Karina y Rosy limpian el rastro de sangre y queman las sábanas manchadas.

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