Todas las personas ocultan
al menos un secreto. Rocío López, acostada en su cama, con la boca hacia arriba
y mirando al techo de madera de su habitación, piensa que si su madre supiera
lo que imagina o ha hecho, seguro la desheredaría.
A pesar de que los
cuadros que adornan las paredes blancas los escogió Ana, la mamá de Rosy, como
le dicen a Rocío en su reducido círculo de personas cercanas, Rocío se siente a
gusto y muy confortable en la habitación de su casa. Allí pasa horas dedicada a
filosofar sobre su vida, escuchando rock
en inglés y leyendo novelas, poesías y cuentos de Augusto Monteroso, José
Saramago, Wislawa Zsymborska y otros autores que la esperan con paciencia en
los anaqueles de su biblioteca.
Mientras Rocío está recostada
en su cama, Ana se encuentra en su finca, preocupada, porque sus <<niños
adorados>> Rosy y Fernando (como ella les llama a dos de sus hijos adultos)
están solos en la casa <<comiendo
mal y pasando necesidades sin quién les cocine y les arregle la ropa>>.
Ana se mortifica con estos pensamientos cuando está en la cocina, preparando
los fríjoles con chicharrón de cerdo, que tanto le gustan a Elías, su esposo,
que ni le dará las gracias cuando termine de almorzar.
Dentro de los planes de
Rocío, aprovechando que sus padres están en la finca y que Fernando puede ser
su cómplice, se le ocurre celebrar esa noche, la firma de la compraventa de su
apartamento, sueño realizado después de diez años de estar ahorrado para la
cuota inicial. Para el evento decide preparar pastas a la carbonara,
acompañarlas con ensalada verde y una copa de vino tinto para cada uno de los
comensales, un grupo muy selecto y querido por Rosy: Carlos, su novio; Karina,
la mejor amiga de Rocío a quien conoce hace quince años; Jairo, el único tío y
familiar que Rosy admira por inteligente y porque tiene su vida financiera
arreglada; y por supuesto Fernando, el hermano incondicional de Rocío.
Una hora antes de que
lleguen los invitados, el olor del tocino de las pastas y el pan con
mantequilla de ajo, que se encuentra en calor bajo en el horno, hacen agua la
boca de Rocío quien no se resiste a probar un bocado de la preparación y morder
uno de los panecillos mientras alinea, en perfecta simetría, los cubiertos y
copas sobre el mantel blanco con el que viste la mesa de cedro del comedor,
estilo Luis XVI, que Ana adora y Rocío odia.
Al Sur de la ciudad
Carlos acaba de tomar un baño con agua tibia, se aplica la colonia Carolina
Herrera, que tanto disfruta Rosy, y se viste con pantaloncillos blancos, los
que vuelven loca a su novia, en la cama. Esa noche Carlos y Rosy pasarán la
noche juntos, aprovechando que los padres de Rocío no están en casa de ella.
Karina y Jairo son los
primeros invitados en llegar. Rocío mira el reloj de péndulo, cada cinco
minutos, y se da cuenta de que Carlos
lleva una hora de retraso. Ella hubiera preferido que él llegara antes que
todos, así le hubiera dado tiempo de iniciar un juego erótico con él, para
terminarlo después de la cena.
Sentados uno al frente
del otro, en la sala de la casa de Rocío, Karina y Jairo conversan. Jairo sirve
la primera copa de vino tinto a Karina y cuando se la entrega, le dice que el
color rojo de su vestido le sienta muy bien porque resalta el blanco de su
piel. Es increíble el parecido que Karina y Rosy tienen, piensa Jairo, mientras
se moja los labios con vino y recorre con sus ojos el rostro perfectamente
maquillado de Karina. <<Afortunadamente Karina no es mi sobrina y está
separada>>, se dice Jairo así mismo, antes de preguntarle a Karina cómo
marchan las cosas luego del divorcio.
Carlos y Fernando llegan
al tiempo a la celebración. Inmediatamente Carlos se ocupa de romper la
monotonía de la decoración de la casa, que tanto detesta Rosy, poniendo en el
reproductor de música una mezcla de Rolling Stones, The Beatles, The Killers,
Coldplay y Linkin Park, que Carlos y Rocío escuchan cuando pasan las tardes
juntos y no quieren hacer nada especial.
Fernando hace el brindis
y resalta el logro de su hermana tras haber firmado la compraventa. La felicita
y le dice que tiene muy bien merecido, luego de fines de semana completos (por
más de diez años) trabajando al fin tener su propia vivienda, a la que se irá a
vivir en cinco meses. Lo único que preocupa a Fernando es cómo tomará la
noticia su madre, que siempre ha tenido a Rosy en una burbuja de cristal.
Luego de la cena Rosy
pide a Jairo y a Karina que se queden a dormir. Le da miedo que Karina tome un
taxi a las dos de la madrugada y no deja que Jairo conduzca, tiene una botella
de vino en su cabeza. Rocío y Carlos se encierran en la habitación de Rosy y
hacen el amor hasta que los interrumpe un mensaje de WhatsApp que Karina envía
al celular de Rocío: “sube de inmediato, Jairo me ha violado”.
A zancadas, Rocío llega
al segundo piso de su casa y despierta a Fernando. Ambos van a la habitación en
la que se encuentra Jairo. Rocío toma el cortapapeles que está en el escritorio
y, con un golpe seco y certero, se lo entierra a Jairo en la yugular. Fernando
siente que un grito se atasca en su garganta y baja corriendo donde Carlos, que
se ha quedado desnudo e inmóvil en la cama.
Karina está en el baño, se
ha hecho peladuras en sus pezones y vagina porque todavía siente el semen de
Jairo. Ella no llora, únicamente vomita al recordar cómo Jairo la obligó a
chuparle su sexo antes de penetrarla.
Fernando y Carlos toman
el cuerpo de Jairo y lo suben a la camioneta de Carlos. Entre tanto, Karina y
Rosy limpian el rastro de sangre y queman las sábanas manchadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario