Este olor a guiso que impregna mi ropa me tiene hastiada. Todos los días batiendo el chocolate a las cuatro de la mañana y sirviendo el desayuno para que Mauricio y Ángela María se vayan a trabajar; y yo me quedaré aquí, en estas cuatro paredes, yendo del patio a los cuartos con la ropa que está lista para ser guardada. Entre escobas, traperos y limpiones, como vengo desde hace cuarenta años, cuando me casé con Mauricio. Necesito hacer algo para salir de esta rutina, a mis sesenta y cinco años tengo que empezar a vivir.
Gloria ya ni el desayuno lo hace bien, es un desastre sentir este chocolate grumoso en mi paladar, y ni qué decir del polvo que se va acumulando en esta casa, lo que más me molesta es que frunce el ceño cada que Ángela María y yo le hablamos. A mí ya no me dice <<gordo>>, me llama por mi nombre a secas: <<Mauricio>>, así es como me nombra cuando está enojada. Y a la pobre Ángela María, a ella la cantaletea porque tiene treinta y cinco años, no se ha casado y aún vive en casa con nosotros ¿A qué horas Gloria se volvió huraña?
Son las cinco y cuarenta y cinco de la mañana de un día laboral, Ángela María y Mauricio se fueron a trabajar y Gloria está otra vez sola, en su casa. Hoy no trapeó, no barrió, tampoco bajó la ropa del tendedero, no la planchó ni la guardó en los armarios. Tan pronto Mauricio y Ángela María se fueron, Gloria echó baño de espuma en su bañera, un poco de sal marina con romero y camomila, se quitó la bata impregnada de olor a guiso y se sumergió durante dos horas en el agua aromatizada. Con puñados de sal marina masajeó de manera circular las plantas de sus pies, las palmas de sus manos, su vientre, su nuca, su cuello y sus senos. Por un momento recordó que Mauricio hacía mucho rato que no acariciaba su cuerpo y quiso sentirse deseada, experimentar nuevas sensaciones.
Gloria salió del baño y en internet ingresó a una página para buscar pareja. Allí contactó a Marcela y a Ignacio. A Marcela le escribió como si fuera Carlos José y a Ignacio, como si fuera Ángela María, su hija, adoptando su personalidad. En la página tenía que crear un perfil, con sus gustos (realmente escribió los de Carlos José y los de Ángela María), edad, lo que buscaba en la pareja. Y así fue como Gloria inventó la historia de Carlos José y la de Ángela María y cruzó e-mails con Marcela e Ignacio.
Ignacio le pidió a Ángela María que tuvieran una video conferencia por Skype. Ellos llevaban una semana chateando y escribiéndose correos electrónicos. En esa oportunidad, para que su verdad no fuera descubierta, Ángela María le escribió a Ignacio que su webcam estaba dañada y que tendrían que seguir chateando y cruzando correos.
Marcela prefería esperar el viaje de trabajo que tendría, en un par de meses, a la ciudad en la que vivía Carlos José, para conocerlo. Entre tanto, Carlos y Marcela seguían escribiéndose correos:
Marce, ya llevamos dos meses contactándonos y hoy he visto diez veces las fotografías que me has enviado. Adoro cómo cae tu cabello dorado sobre tus hombros descubiertos, tu rosada y voluptuosa boca la imagino en mis labios y me pierdo en ellos mientras escucho canciones de Amy Winehouse. Son las mismas que quiero que escuchemos en nuestra primera cita, la que imagino será en mi apartamento, a la luz de las velas, con vino rosé y el lomo con setas que preparo. Ansío el momento de tenerte frente a mí y enredar mis manos en tus hilos dorados.
Con deseos de verte pronto,
Carlos José.
A ese correo Marcela le respondió a Carlos José que en una semana podrán conocerse porque tendría un viaje de negocios a la ciudad en la que residía.
-¿En qué andas Gloria?, hace un par de meses te veías de mal genio, estabas cocinando pésimo y cada que la nena y yo te hablábamos fruncías el ceño y contestabas con cuatro piedras en la mano, hoy el desayuno está como para chuparse los dedos y eres la mujer más dulce del universo, ¿qué te tramas, mujer? -preguntó Mauricio a Gloria.
-No es nada, gordo. Simplemente decidí ponerle cara amable a la vida –respondió Gloria.
-Es rico verte feliz, mamá, me alegra mucho –comentó Ángela María.
Más se demoraron Ángela María y Mauricio en salir de la casa, que Gloria en sentarse frente al ordenador para responder a Marcela:
Marcelita, mi amor, discúlpame por lo que leerás en las siguientes líneas. Lamento que no podremos conocernos pronto y me temo que nunca. Ayer me diagnosticaron un cáncer. Un gusto haber soñado contigo.
Con dolor,
Tu Carlos José.
Nuevamente Gloria salió bien librada y pudo mantener su juego en secreto, lo que no pasaría en la noche. Ella no sabía las intenciones de Ignacio. Luego del correo que escribió a Marcela, Gloria cocinó mariscos en leche de coco, patacón y arroz dulce. Se puso un vestido negro de seda, que le llegaba a la rodilla, y se maquilló en tonos tierra. Así esperó a Mauricio y a Ángela María.
El primero en llegar a casa fue Mauricio, quien abrió la boca y los ojos cuando vio a Gloria. Le preguntó qué se estaba celebrando y esta vez la saludó de beso en la boca, como no lo hacía hace más de un año. Cuando Ángela María entró a la casa halagó a su mamá y le dijo que el negro le venía muy bien. Los tres se sentaron a la mesa, perfectamente servida por Gloria, quien hizo un brindis por familia. Miró a su esposo y a su hija y les pidió perdón por lo hosca que había estado unos meses atrás.
Llegó el momento del postre y sonó el timbre de la casa. Gloria se paró a abrir la puerta, no preguntó quién era porque estaba esperando un domicilio, abrió sin fijarse en la mirilla. Cuando menos pensó, Ignacio estaba de pie, en la entrada de su casa.
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